Ésta historia es
ficción, basada en algo que realmente me sucedió el otro día, pero exagerando
un poco la situación real, cambiándome a mí por mi personaje, aunque no
demasiado. Espero que lo disfruten, y puedan difundirlo, porque no es sólo una
historia más, es también una denuncia ciudadana al poco cuidado que se tiene, un
intento de desenmascarar la realidad que viven muchos que se ven obligados a
tomar transporte público.
Carlos es un joven de 21 años. Le gusta vestir con pantalón de Jean Chupin, con agujeros en sus rodillas, remera rota, campera de cuero y su ya característica cresta. Usa piercings en el labio, nariz y ceja. Tiene ambos brazos llenos de tatuajes, que para el resto no significarán nada, pero para él es arte, y significa todo.
Es un buen chico,
nunca le hizo daño a nadie, nunca discutió con nadie, pero aunque parezca mentira en la época actual, la
gente aún lo mira raro simplemente por cómo se viste.
Como muchos otros
jóvenes, hace casi 7 meses que no sale de su casa, apenas habrá salido un
par de veces para ir a comprar.
Como muchos otros
jóvenes, el miedo que le implantaron es más fuerte que su actitud rebelde, que
su propio pensamiento crítico, y le es inevitable, ver a cada alma como el
enemigo que le quiere hacer daño.
Pero hubo un cambio en su rutinario encierro, con el cuál estaba cómodo. El Viernes 9 de Octubre de
Pandemia, tuvo que salir.
Tenía que viajar a
Once, muy a su pesar, a conseguir materiales para que pudiera seguir
desarrollando su actividad sin salir.
Después de casi 7
meses de encierro, se armó de valor, y estaba listo para enfrentar el mundo
nuevamente. Sabía que éste encierro no sería eterno, pero realmente, no sabía
que prefería.
Salió a las 11 de su casa,
llegó a la parada del colectivo que lo llevaría a la boca del Subte, el cuál
imaginaba que estaría casi vacío.
Subió al colectivo,
sacó su boleto, y contempló que no era todo tan grave como él pensaba. El
colectivo iba casi vacío, poca gente. Todos, obviamente, sentados, cada uno con
su tapaboca y Carlos suponía que con sus botellitas de alcohol.
El primer viaje fue
corto, no subió mucha más gente, por lo que bajó del colectivo, si no contento,
al menos conforme y más…seguro, por así decirlo.
Fue con ánimos
renovados hacia el subte, pensando que sería todo mas sencillo y rápido de lo que
suponía… pobre Carlos, que errado que estaba, sin saberlo, estaba yendo al peor
lugar que podía ir alguien con sus miedos al contagio.
Pasando los molinetes, no vio demasiada gente,
todo iba bien, pensó. Habían dos oficiales de policía en los mismos, suponía
que pidiendo permisos a todo el que quisiera pasar, pero vaya sorpresa se llevó
al ver, mientras preparaba el suyo, que nadie pidió nada. Ya esto no le gustó,
porque para que hacer un permiso de circulación si después nadie te lo pide.
Pero estaba con el tiempo justo, el lugar cerraría dentro de no mucho, y tenía
que apurarse. Bajó las escaleras mecánicas, luego las comunes, y apenas se
había cruzado con una sola persona. Vio que no había prácticamente nadie, sólo
3 personas desperdigadas en toda la estación, más que suficiente para mantener
las distancias necesarias.
Se puso entonces, a
esperar que llegara la formación. Dado que estaba en estacipon terminal, sabía
que al subir estaría vacío. No había pasado ni 5 minutos y ya llegaba una
formación, con gente que bajó, dando lugar a los 5 que aguardaban a subir.
Pero un anuncio
informa que la formación no saldría, que deberían esperar al próximo.
No creyó que fuera muy
grave, ¿cuánto tardaría, unos 5 minutos? Subirían que, ¿3 o 4 personas más?...pero
el tiempo pasaba.
La siguiente formación
llegó a los 25 minutos de que llegara la anterior, permitiendo una acumulación
importante de gente en la estación, donde nadie, excepto él, respetaban el
distanciamiento. Todos apresurados por subir a la formación y poder sentarse.
Él supuso que el apuro
de los demás, se debía a que, una vez todos sentados, ya no podrían subir más,
por lo que también se apuró, vio un asiento de a tres alejado del resto, y se
sentó.
El subte finalmente se
llenó, y la gente siguió subiendo…iban parados, agarrándose de las manijas,
barandas, etc. Tocando todo con sus sucias manos. Nadie con el alcohol a la
vista.
Comenzó a sentirse
ahogado, encerrado. Por primera vez no le dolía que la gente lo mirara con cara
rara, con desconfianza. Por primera vez agradeció ser un marginado y que nadie
se sentara a su lado.
Pensó que nada podría
ser peor que ésto, pero al llegar a otra de las estaciones centrales, vio cómo
la cantidad de gente que subía, superaba 3 o 4 veces la que bajaba, haciendo
que estén todos apretujados, ahí parados, uno al lado del otro, sin tener ni un
mínimo del distanciamiento que tenían que tener.
Viajó con miedo, mucho
miedo como nunca había sentido en su vida, hasta la estación donde tendría que
bajar. Cuando se levantó, vio dos personas que se apuraron a sentarse en el
lugar que él dejaba y otra al lado, apretujadas ya que eran ambas más grandes
que él y no entraban claramente en ése espacio. Decidido a salir de ese
enjambre cuanto antes, tratando de no rozar a nadie, salió a la estación, y vio
el tropel de gente que entraba al subte ya sobrepoblado, empujándose como si no
estuviéramos en pandemia y cuarentena.
Y luego estaba la
gente que le pasaba por el costado, los que bajaron, como él, en estación
Pueyrredón, y NINGUNO se puso alcohol al bajar, ninguno tuvo cuidado de no
rozar a otros.
Nunca se sintió así,
esquivaba a la gente como si fueran flechas en llamas que lo quemarían y
asesinarían. Empezó a perder el aliento, necesitaba salir de ahí ya mismo, no
podía estar un segundo más ahí adentro. Se apresuró a salir, la gente como
siempre, al verlo acelerado y con su pinta, lo dejaban pasar, mirándolo con
miedo, mientras no sabían que era él quien estaba atemorizado. Temblaba de pies
a cabeza cuando logró salir a la calle. Temiendo realmente por su salud. No
estaba preparado para ésto, no estaba preparado para salir y ver semejante
aglomeración de gente.
Peor aún cuando salió
al exterior. Se encontró con un Once lleno de gente, la mayoría con sus
tapaboca, pero mucha gente igual, saliendo a comprar, varios en grupos. No
entendía cómo la gente podía ser tan inconsciente.
Pero después se puso a
pensar. Ni siquiera el Estado cuida a la gente, fingen, dictaminan reglas que
nadie cumple y no hay pena por no hacerlo. La deficiente frecuencia del subte,
demuestra que ni al Estado le importa que la gente se distancie. Miles con
trabajos en negro tienen que exponerse a diario, porque si no, no comen, y es
una realidad.
Todo esto hizo que
Carlos se replanteara si realmente, tanto miedo que le metieron en su cabeza, era
tan grave como aparentaba. ¿Realmente había un Virus? ¿Realmente había que
temer al ser humano que está al lado nuestro? ¿Realmente tenía que seguir siendo
esclavo de sus propios miedos, impuesto por los medios y el sistema?
Carlos se dio cuenta,
que tenía en éste momento dos opciones. Seguir con miedo, encerrarse más que
antes y no salir para nada, o desprenderse de éstas trabas, luchar contra esos
monstruos inexistentes y romper las cadenas invisibles que lo aprisionaban.
Sin pensar más en el
mañana, sólo en el hoy y ahora, Carlos se sacó su tapaboca, y respiró, por primera vez en 7 meses, el
aire de la libertad. Enterró sus miedos, retomó el control de su vida y VIVIÓ!!!